La cinta estrenada en 2005 Buenas noches y buena suerte constituye un documento gráfico de una importancia sin parangón para todos aquellos que, de una forma u otra, se ven atraídos por una de las preocupaciones más hondas del ser humano moderno: el conflicto existente entre la libertad de expresión y la supervivencia de aquel cuerpo político que, posibilitando dicha libertad de forma somera, base su poder en una dominación tan totalizadora como restringida, ambos aspectos contrarios a la máxima expresión del primer elemento de dicho binomio, siquiera a su puesta en práctica parcial.

Tiempo de conflictos

Echando la vista atrás, parece mentira que el periodo posbélico de los cuarenta y cincuenta suponga el germen de gran parte de lo que hoy conocemos como mundo occidental; el Estado hizo su gran irrupción en la vida social con unos presupuestos nunca antes igualados en la historia, desechando aquellas ideas, tan agotadas como pretéritas, que basaron su idea de bien político en la pasividad del Leviatán moderno para con las cuitas de la gran mayoría de la población nacional, desdichas que, por otra parte, resultaban invisibles a efectos prácticos para las élites dirigentes por el propio ordenamiento jurídico y electoral de la cosa pública, nada más y nada menos que la materialización de las ideas propias de la Belle Epoque finisecular. También se desechó el carácter lenitivo, superfluo y huero de las décadas veinte y treinta, tiempos en donde la potencia del cuerpo social desbordó los cauces que el Estado tenía diseñados para su canalización, tendencia que a la larga conduciría a un conflicto entre naciones, ideologías y, en un plano más abierto y grosero, cosmovisiones: un conflicto agilizado en mayor o menor medida por la carencia de obstáculos de carácter superestructural e internacional, como trasunto de esto último suelen figurar los últimos estertores de la fenecida Sociedad de Naciones ante las agresiones de los años 30, aunque, dado el actual estado de cosas en el este europeo, será cómodo abstenerse de alusiones que puedan reflejar lo cómico de una situación internacional sorprendida, en gran medida, por el grado de confort irreal que ha cosechado en la últimas décadas, cuando Occidente, de nuevo occidente, habitaba despreocupadamente los lugares comunes propios de El fin de la historia y los Arcos dorados de McDonalds de Friedman y todas estas teorías.

La consecuencia lógica de las posturas ideológicas totalitarias fue la instauración en aquello que se llamó el mundo libre de posturas judiciales cada vez más cercanas a los postulados de Kelsen, quizás el gran teórico del derecho del siglo XX, una de aquellas personas con las que la humanidad tendrá una deuda de por vida, no por desconocida menor. Los postulados del jurista checo nos acercan al actual imperio de la ley cuyos fundamentos, expresados sin tanta pomposidad, son un respeto reverencial por la normativa internacional, la protección de las minorías y un rechazo frontal a las pretensiones de casi cualquier propuesta de Derecho natural. En definitiva, un imperio de la ley en el que el sujeto individual se constituye como fundamento último del Derecho, o una construcción judicial que sólo sería posible ver instaurada atendiendo al terror que habitaba el subconsciente colectivo europeo tras las cacerías de disidentes, judíos, clases sociales o, por abreviar, todo lo que se ha conocido históricamente como “el otro”.

Tiempos interesantes

Desde el punto de vista social, la irrupción de una economía de gran consumo y la cultura de masas, posibilitadas por líneas de crédito mucho más democratizadas que en el pasado, así como por la gran innovación comercial que supuso el pago en cuotas o plazos, creó sujetos con preocupaciones que trascendían su reducido espacio vital: el cine y los nuevos medios de comunicación acercaban los problemas globales al consumidor y ciudadano (roles ordenados por orden de importancia), facilitando la inmersión de estos en cuestiones otrora restringidas a los estratos más altos de la sociedad.

Siendo ésta una época que parecía contar con la libertad como clave de bóveda de todo planteamiento político, filosófico e incluso legal, ya fuera de manera real o impostada, también fue la época en la que el senador McCarthy aterrorizó a los estadounidenses con sus acusaciones, denuncias, interrogatorios y juicios (declarados más tarde anticonstitucionales), espoleados por la emergencia de una nación que veía como su rival directo conquistaba cotas de éxito a una velocidad escalofriante, y es que el comunismo (disculpe lo vago de la categoría) venía de trastear con la bomba atómica, hacerse con el poder del gigante Estado chino, además de plantar cara directamente a Occidente en Corea, a la altura del paralelo 38. Todo esto, desarrollado entre 1949 y 1950, y quizás algo más (gran parte de la intelectualidad europea coqueteaba más o menos discretamente con la causa socialista) creó el clima de tensión que fraguarían los seis años de macartismo, este y no otro es el escenario que George Clooney elige como ambiente para su genial película “Buenas noches y buena suerte”, que, tras tantos devaneos, conviene recordar que es lo que nos trajo aquí.

En la cinta observamos como el periodista Ed. R. Murrow planta cara al senador republicano en torno a las acusaciones contra Radulovich o Anne Lee Mass, acusaciones que violaban de forma flagrante principios constitucionales básicos como la primera enmienda, relativa a la Libertad de expresión y la quinta enmienda, a saber, el derecho a no testificar en contra de uno mismo. Dicho entramado de acusaciones, listas negras, interrogatorios y audiencias tuvo lugar sin un Estado de excepción que pudiera haberlo legitimado. Por moverse en tierra firme, se puede presuponer que un Estado limitará el libre ejercicio de la libertad de expresión cuando se encuentre en guerra con otro país. Esto vendría a ser algo parecido a lo que ocurre hoy con los hermanos Kononovich en Ucrania, acusados de ser traidores a la patria, además de comunistas, pero basta de actualidad.

Uno de los elementos centrales de la discusión reside en la ideología de los acusados: Bajo la premisa de que el comunismo plantea cierta subversión contra el Estado liberal, muchas veces bajo formulaciones puramente bélicas, había y, aún hay, muchos que piensan que esta ideología no debería ser tolerada. Se puede tirar del hilo todo cuanto se quiera, es más, si usted se debate entre los planteamientos que figuran al comienzo del artículo, es muy probable que ya lo haya hecho a lo largo de lecturas, discusiones y conferencias. Como iba diciendo, se puede tirar del hilo todo lo que se quiera pero no hay Ariadnas que nos esperen (aunque casualmente minotauros acechando sí, y muchos).

Tiempos actuales

Al final de todo, el argumento final para salir del laberinto parece ser algo parecido a la paradoja de Popper con aquello de que la única forma de ser tolerantes de forma plena resulta de excluir a los intolerantes del espacio de discusión. E incluso esto parece ser discutido por muchos, entre los que me incluyo, no porque ponga en duda los planteamientos del filósofo, sino porque, mire usted, personalmente me causa una desazón sobrecogedora no saber quiénes serán los encargados de señalar al intolerante listo para ser excluido, casi tanto como la sospecha de que esta acusación se ha hecho, se hace y se hará con fines partidistas y no cívicos. Si además usted alberga, como yo, alguna duda sobre la ecuanimidad de nuestro tablero político, en donde llamar fascistas a conservadores es justicia histórica y llamar etarra a un etarra agresión, apague y vámonos.

El gran tema de la película es la libertad de expresión, hasta dónde llega, bajo qué supuestos queda inhibida, etc. A su vez, la cinta señala de una forma tan genial como sutil el hecho de que el gran progreso de la civilización occidental se haya conseguido merced a conceder el justo espacio en la respuesta a estas preguntas, y es que el drama, pese a ser drama, resulta tener final de comedia: el periodista íntegro gana (aunque salga escaldado por sus conflictos con los anunciantes, que no quieren verse ligados a ningún rojo, mucho menos a nadie que siembre los cerebros de disensión). Por seguir con la analogía, el coro de la obra se muestra silente en sus respuestas (gran acierto de la película a mi parecer), lo que empuja al espectador a encontrar la respuesta que ansía en sí mismo tras un debate interno que se ve representado por el personaje de Robert Downey Jr y Patricia Clarkson en una típica conversación de matrimonio:

¿Estaremos protegiendo al bando correcto?

–¿Qué te crees que es lo que defendemos?

La defensa es hacia la formalidad de la ley, es defensa de los cauces legales, no tiene nada que ver con algo concreto: no se defiende nada concreto, se defiende el derecho a defenderse. Ese es el gran acierto de los periodistas, la postura ganadora.

Es una pena que la crítica sólo pueda comprender los aspectos jurídicos de la trama porque lo cierto es que la película es una auténtica belleza en muchos aspectos, especialmente para todos aquellos que, como yo, acumulan alguna que otra decepción a la hora de estudiar los medios de comunicación y sus servilismos.

Por último, se podría comentar que el filme plantea discusiones periodísticas de gran calado y resolución incierta ¿La televisión, así como otros canales comunicativos capaces de moverse en el arco que figura entre entretenimiento vano e instrucción, son medios para formar mientras se informa? ¿La gente solicita contenidos útiles y de interés público o telebasura? ¿El mensaje viene configurado por el medio mediante el cual se proyecta? ¿McLuhan tenía razón?

Todas estas discusiones, como ya se ha comentado, resultan tan profundas como interesantes, pero por desgracia inabordables en un formato como este. A modo de esbozo, jamás he creído en aquello de Mitrídates y su “No es verdad que los hombres y los pueblos anhelen libertad, la mayoría se conforma con tener un amo benévolo”. Lo cierto es que todas las personas encierran dentro un pequeño mundo de belleza que requiere de libertad para florecer, los ejemplos de esto, planteados en formatos que lo permiten, abundan para todo aquel que tiene la audacia de no rendirse ante los muchos Mitrídates que se han de soportar a lo largo de la vida, valga como modelo de esta resistencia el periodista Edward. R. Murrow.